Don Guanes sobrevivía cambiando tacos, agregando un agujerito más al cinto y lustrando zapatos. Todo a buen precio. Todo en las calles de Asunción. Sabía de veredas rotas y baldosas flojas, de mujeres desesperadas, y con buen ojo podía diagnosticar un esguince de tobillo. Una tarde de elecciones deja su puesto para ir a cumplir. El soldado toma el documento y comenta mirando sin mirar su fusil: “usted ya votó”. Cabeza gacha, el zapatero se vuelve a su taller callejero.
Devuelta en su hospital de zapatos, Guanes se encuentra con un hacendando de pies apretados por un mocasín for export. Un terrateniente acostumbrado a mandar sin hacer diferencias entre una vaca y un peón: “el zapato me aprieta vuelvo en tres horas, haga algo”.
Con delicadeza de artesano, el trabajo consistió en limar el número de la suela, trasformando un 42 por un 43. Pintar, lustrar y convencer al cliente del cambio mágico. Todo resultó. El ganadero miró el cambio de número, y por alquimia o transmutación sus pies se achicaron y lo que era una molestia insoportable se transformó en a penas una incomodidad.
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