Tiro una frase en el colectivo -ámbito de discusión que me gusta-: “la cultura en Corrientes tiene un fenómeno único, que cientos de chicos en moto sigan a un Músico hasta el baño es para pensarlo”. El interlocutor, conocido mio, me mira extraño: “¿hablas de los cumbieros?”. Claro, al señor le pareció raro el estatus que acababa de dar a Yiyo y los chicos 10 y sus cientos de fans. Debe ser porque para muchos la cultura está por la calle San Juan al 600 y de ahí no sale para no ensuciarse.
Ahora habría que ver por qué un tocazo de jóvenes sigue a un músico y por qué la primera reacción es que los metan preso, -para muestra están las cartas de lectores del diario época, o mi entrañable colega de asiento-.
¿Y si fueran con sus motos al museo? Seguramente dejarían de ser delincuentes a controlar. ¿Y si fueran detrás de otro músico?… pongamos por ejemplo Mario Bofíl, tal vez los titulares hablen del resurgir de la raíces culturales y blá blá. O por caso nunca se preguntaron por qué la secretaría de cultura organiza sólo recitales de rock y chamamé. Incluso dentro de los recitales de rock por qué hay cacheo policial y en el festival del chamamé no (cuestión que viene bien, porque suelo llevar una conservadora llena de vino).
Volviendo al principio y para no irme al carajo. A Yiyo se le negó la categoría de Músico y a los pibes que lo siguen se les negó el acceso -entre otras cosas- de otras manifestaciones Culturales. Son los desheredados, sin bibliotecas en sus casas, ni padres con títulos. Pero lo negado encuentra otros caminos, fisuras y representaciones. Hoy la cultura se pasea en moto tuneada y ruidosa, de bailanta en bailanta, tiene aliento a vino y lleva en el hombro un tatuaje mal hecho del escudo de Mandiyú.
El sociólogo frances, Pierre Bourdieu, se hubiera dado cuenta, pero lamentablemente murió hace años, sin contar que no sabía un pomo de cubia. Pero dejó libros que mi estimado compañero de viaje leyó. Así que hagámonos cargo de lo que leemos.
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