Un dato revelador: los cronopios no suelen cepillarse los dientes en el baño, lugar predestinado quién sabe por qué. Prefieren el patio, mirando al sol, arrugando la cara, o el balcón, sin tener mucho cuidado con los transeúntes desprevenidos que pueden recibir saludos furiosos de buenos días y por consiguiente la espumosa pasta dental en su cara. El cronopio promedio tiene la desdicha de la ansiedad. Es así que lo recomendable es no dar noticias anticipadas que lleven a llamados, constantes. A saber: “tengo un regalo para vos” (15 minutos antes de dar el presente), “juntémonos a comer un asado” (2 horas antes, para poder realizar las compras). De esta forma evitaremos excesos de planificación, palabra que no se lleva bien con un cronopio por su famosa falta de memoria.
A esta altura debo confesarlo, tengo un amigo cronopio; usted seguramente piensa que lo conocí por mi desventurado paso por debajo de un balcón. Se equivoca. Menos aun viajé a París donde se supone equivocadamente una gran población de dichos seres. Mi afortunado encuentro se dio en la ciudad de Resistencia, que tiene más de Formosa capital que de la ciudad de las luces. Lo reconocí de inmediato al revisar sus bolsillos en busca de cigarrillos y encontrarme con una caja de tizas de colores varios. Pero como mi racionalidad me puede, mis ganas de confirmar lo obvio me llevaron al municipio, precisamente al departamento de “telegramas de vecinos que informan sobre otros vecinos.” Llené, vacié y volví a rellenar el formulario 143 y a los siete meses llegó a mi puerta el resumen con las denuncias presentadas en contra del sospechoso, -adjunto ejemplos a continuación:
Denuncia anónima - Deja recuerdos desparramados que saltan el muro.
Denuncia del padre - Se compró una pelopincho y no me invita.
Como vemos, las pruebas irrefutables llevaran al lector a tener bajo lupa características que pueden confirmar o rechazar si se tiene un amigo cronopio. Cuestión que no importa mucho mientras se tenga amigos como el mio.
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