25 mar 2010

Periplos de la fila o la crónica de la cola

Un espacio recto, sin respiro, con miradas. Cruzo la puerta. Afuera: la lluvia, la gente, más de lo mismo. Sugiero una despedida y me contesta con un silencio. Afuera: el viento, los perros, cuestiones únicas. A donde va la plata cuando llueve podría ser una reversión del clásico de Pedro y Pablo. Se va en leche, crédito al celular, una cerve, un porrito y ahí quedate. Otra vez la puerta, detrás de ella dos cuadras de pasos lentos en intervalos de 10 o 15 minutos. Delante de ella, un espiral de mujeres y hombres. “Prohibido usar celulares”, “prohibido usar gorra”. Que pasaría si me pongo un pasamontañas, o miro la cámara de seguridad sacando la lengua, son las fantasías típicas de una persona que lleva 3 horas parada. Intento una vez más, y la confianza me hace ganar un sorbo de mate de mi compañera de fila. Hago números: minuto y medio por persona, muchos delante mio, resultado – diagnostico: enchufarse el mp3. Mi proveedora de mate me comenta indignada como se pasan los hijos en brazo para no hacer fila. Le pregunto si no tiene una criatura para darme. No se ríe.

Llego. El cajero mira el documento, me mira, mira el documento. Se convence que el narigón pálido y con rulos del la foto es el narigón algo bronceado y con el cabello circunstancialmente lacio por la lluvia que está frente a él. Listo, con cara de ojete me da mi plata como si fuera de él, la plata, el banco, la autoridad detrás del vidrio. A la salida me entero de que está casada o juntada o de novio y que tiene un hijo o un sobrino o un amiguito de unos dos años. Me saluda y me prometo recordar su cara y sus mates para la próxima.

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